Pensamientos

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martes, 19 de junio de 2012

No sé qué comer...


La vida es un gran platillo lleno de muchos sabores, y me he servido de todo; la vida es un bufet donde tú eliges qué cosas pruebas y cuáles dejas para otros. 

Hay sabores amargos y profundos como el trago de un café tres veces cargado, pero que al final lo termino apreciando, porque golpea la parte de atrás de mi lengua en un candor tan profundo que termina disfrutándose, pues lo amargo no es deseable, puesto que es lo que nos enseñaron, pero cuando dispones tu cuerpo a recibirlo, se termina agradeciendo y valorando.

Como el trago de la partida de un ser querido, que es profunda y nada grata, pero cuando hay disposición ese sabor se convierte en una fuerza que envuelve, que atraviesa la garganta y que termina calentando el corazón.

No soy muy fanático de lo agrio, porque siento que es un sabor muy buscado más por costumbre que por gusto, la sensación en la parte media de la lengua de lado y lado es lo que “gusta”, como el mango verde con limón, que llega a gustar más pocas o algunas veces que muchas, pues no se puede tolerar tanto tiempo comiendo.

Quién come todos los días algo agrio y en mayores cantidades, quién aún sabiendo que te puede lastimar algo lo sigue comiendo. Así son los sabores de lo actual, lo novedoso y lo polémico. Son sabores que elegimos por costumbre o moda a que realmente porque nos gusten, podrá no solo dañar nuestra lengua o estómago, sino daña lo más profundo de nosotros, aquellos sabores ácidos de la realidad que vemos y que creemos tenemos que probar; una noticia de asesinato, una noticia de violación, la indiferencia y el maltrato, el famoso sabor de “las cosas así son”.

Pero qué pasa con lo salado, que es el sabor que más cubre nuestra lengua, esa sensación de que mejora el sabor de algo, una pasta, un corte de carne, hasta una salsa. Ese sabor que da vida propia al platillo que sólo antes era color y temperaturas. Lo salado es tan común que creemos que no hay un valor en él; que está tan disponible que ni debemos de preocuparnos por conservarlo.

Pocos sabores llegan a formar tantos platillos como los salados, desde lo más sencillo hasta lo casi incomible pero que conserva, piensa en el humilde sabor de un arroz apenas con sal y en la fuerza del sabor de un jamón serrano.

Así también las familias, las tradiciones, la cultura, las verdaderas buenas intenciones; creemos que como siempre las tenemos pues ni quien se ocupe de ellas, “siempre estarán ahí”. Cuando es el sabor que más cubre toda la historia de nuestra vida, se comerá pollo dulce pero muchos de sus guisos son salados, he visto que a las ensaladas le pongan azúcar, y limón; pero con lo que más contamos será dar un sabor salado; sólo me pregunto qué pasaría si en mi vida desapareciera tan poco valorado sabor.

Pero también está lo dulce de la vida, tan sólo haciendo cosquillas en la punta de nuestra lengua, y que por más que nos empalague buscaremos otro poco otro día, que sean detalles que se disfruten no por el hecho de disfrutar y ya, sino apreciar que en lo poco están esos momentos, lo dulce está en los labios de mamá, en los brazos de papá, en la sonrisa de los hermanos, en el canto de un artista, en la letra de un soñador, en los colores del lienzo de Dios que todos los días dibuja algo nuevo para tus ojos, en lo dulce que es disfrutar la vida junto a la ventana con un café, unas galletas, o un hot cake parecido a crepa con jamón y queso.

LA VIDA ES UN BUFETE sírvete lo que quieras… pero que valga la pena.


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